Chile, pueblo uniformado
Acerca de la poca originalidad de la mente masiva de un país
¿De qué va este tema? De la uniformidad del vestir del chileno, que parte en su tierna infancia, cuando se le obliga a usar un uniforme para asistir al colegio, de modo tal que cuando sale del mismo, ya que el uniformismo ha calado hasta su mismo ser, luego, cuando tiene la oportunidad de vestir como quiera, sigue buscando uniformes.
Describiré, pues, el proceso completo.
Partiré por postular la razón que, según yo, existe para justificar el uso del uniforme: yo asumo que tiene que ver con el espíritu marcial que siempre ha identificado a nuestra nación, con lo cual no me encuentro en desacuerdo.
Por otra parte, están las ventajas del uso del uniforme, que generalmente apuntan a la igualdad de las personas, de modo que nadie se sienta mejor que otro. Por lo mismo, significa una ayuda al bolsillo familiar, al no tener que preocuparse por comprar una tenida o conjunto distinto para cada día de la semana (sino es que mes) de cada persona en actividad. Este aporte monetario no sólo relaja el bolsillo, sino también las mentes, y ahí es a donde va mi crítica.
El proceso de "relajo mental" inicia, como dijera antes, en la infancia. El pequeño niño(a) ingresa a kínder o primero básico, según como sea el sistema de estudio, y en este lugar debe vestir el uniforme escolar correspondiente a su institución (cabe acá mencionar la diferencia entre la actual época y mis tiempos: antes todas las mujeres usábamos jumper azulmarino y lo hombres, vestón del mismo color; ahora, cada institución tiene su propio uniforme, generalmente falda de tablas para las mujeres, más sweater y chaqueta distintiva para ambos, hombres y mujeres; esta diferencia da para todo un tema aparte, por lo cual lo dejo hasta acá por ahora).
Entre que el infante se convierte en adolescente, la posibilidad de vestir distinto sólo se da en ocasiones especiales, como salidas con los amigos y familia, o eventos y fiestas específicas. Pero vestir distinto cuando se está con quienes siempre se viste igual, hace que el niño o adolescente se sienta raro, algo incómodo, y finalmente, distinto. Si bien la mayoría supera esta prueba con éxito, no deja de ocurrir la mofa, la burla o la mirada escrutadora de unos sobre otros, al comprobar el estilo propio de cada uno (que pocos tienen a esta altura, pues su vida transcurre casi por entero vestido de uniforme), con lo cual pueden venir depresiones leves o deseos incontrolables de vestir nuevamente el uniforme encubridor.
Cuando el adolescente cumple sus años escolares, tiene una madurez incipiente que le da la "valentía" para desear por fin vestir como quiera, pues ya no tendrá la carga de usar un uniforme de forma obligatoria. La universidad e instituciones afines se le abren como la gran oportunidad de expresarse mediante su vestimenta. Lástima que no sepa que el haber llevado un uniforme por doce años de su vida termina inevitablemente siendo parte de él mismo, y el querer despegar solo y querer diferenciarse de la masa gris es una gesta digna de héroes griegos.
Pues en cuanto pone pie en la institución de educación superior, ¡oh, magia, también en ella hay un uniforme! Si bien no es obligatorio, el que no lo use será identificado de inmediato, y si este joven quiere diferenciarse pero no por ello destacarse, estará frito. Pero olvido describir el uniforme del estudiante de educación superior: jeans y polerón. Simple, ¿no? Los colores, por cierto, pueden variar, pero por favor, estudiante, trata de no salirte del esquema pantalón+polera, pues podrías destacar.
Pasan, pues, los años de estudio en la institución de educación superior, y el mundo laboral se abre a los pies del egresado y/o titulado. (Cabe mencionar acá que para el caso de los escolares que egresan pero no siguen estudios superiores, el camino parte desde acá.)
En el mundo laboral la cosa se pone un tanto más turbia, como es de esperar. En la minoría de los casos, el trabajador puede vestir a su estilo personal, generalmente en trabajos de independiente o, por supuesto, cuando se es dueño o jefe de la empresa. Pero en la gran mayoría, el uniforme chileno vuelve a reinar en majestad.
Demás está decir que el uso del uniforme en adultos es, para mí, algo muy entristecedor y aplacador del espíritu humano, en general. Si bien las razones prácticas son muy loables, está el hecho de la supresión de la individualidad. ¿Es tan importante la ropa con la que vestimos para demostrar que nuestro trabajo es excelente? Sí, ok, escuché la respuesta de el 98% de la población trabajadora: Sí. ¬_¬
Pero como sea, me da pena igual pensar que las mentes chilenas, que de por sí son medio flojonazas para filosofar o siquiera analizar lo que está más allá de sus narices, encima sean restringidas por un color o una forma, que los hace a todos pensar que son iguales, cuando en verdad no lo son, y ¡gracias al cielo que no lo son! ¿Imaginan un mundo con todas las personas iguales? Fome, ¿cierto?
El caso es que a eso apuntaba mi crítica del día de hoy: a la uniformación mental que experimentamos todos los chilenos desde pequeños y que nos dificulta tanto la expresión personal distintiva entre los pares cuando somos adultos.
Como nota final, para quienes apelen a las ventajas (que cité arriba) como el gran argumento contra mi crítica, decirles que lo tengo más que claro: es mucho más económico y práctico llevar un uniforme que, independiente de cuán mal te veas con él (porque no todas las personas tienen un cuerpo de maniquí al que le ajuste el modelo como se ve en el esquema), eso es preferible a tener que ir y buscar en las tiendas qué ropa comprar, armar en casa conjuntos posibles, tener que lavar por separado las prendas delicadas, tener que prever los conjuntos para verano e invierno, y peor aún, sufrir si no se tiene recurso monetario para comprar siquiera una prenda extra para no ir todos los días con el único conjuntito personal que "luce como para ir al trabajo", etc.....
En fin, puro horror.
Artículo publicado originalmente por mí, en mi bitacorita
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