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Generación Abandonada

Sobre cómo el mundo avanza, pisa nuestras creencias y no nos damos cuenta

Escrito por quinqui el 05/10/2023 16:25
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Guardado en Sociedad
Etiquetas: Sociedad, Reflexiones, Psicología

Soy de esa generación que creció en una infancia de fantasía y de ilusiones, dadas por el cine, la música y la televisión ochentera, pero que vivió luego una adolescencia y juventud de tristeza y desamparo, a la sombra de un planeta que se mofaba de sus antiguos sueños, y se retraía en su propio desgano, los noventa en adelante.

Mi generación por lo tanto está quebrada. Somos seres humanos que vivieron en dos planetas distintos. En uno, se nos enseñó que los sueños eran algo lejano pero que nos hacía sonreír. En el otro, los sueños no existen y hay que despertar para no ser aplastados. (Si bien esto parece ser la clásica descripción de la "pérdida de la inocencia", considero que los eventos a nivel mundial y local ocurridos entre estas dos décadas fueron lo suficientemente potentes como para modificar los esquemas valóricos, y en tan corto tiempo, como para generar muchos temas de discusión.)

El problema radica en que fue dentro del primer planeta (el de nuestra niñez) en el que se forjaron nuestros valores y creencias más primitivas. Pero hoy, en este segundo planeta, esos valores y creencias no tienen cabida. No existen. No valen. Por lo tanto, nosotros tampoco existimos.

Ese es el sentimiento de desarraigo que se siente al llegar a viejo. Ahora puedo entender la desazón que sentían nuestros viejos (padres, abuelos) al ver cómo su propio mundo cambiaba a un ritmo que los superaba en velocidad, y se transformaba en nuestro mundo, el de los jóvenes de ese entonces.

Pero mis palabres no pretenden ser una crítica ni reflexión sobre cómo ha cambiado el mundo ni cuán amargados estamos por el sólo hecho de envejecer. Mi reflexión de hoy va hacia un punto más acotado: al de los valores cimentados sobre sueños infantiles, que aun sufriendo las desilusiones del crecimiento, permanecieron dentro de nosotros, pues fueron grabados con fuego: el fuego de los sueños infantiles.

Y el sueño más arraigado entre mis coetáneos, por supuesto, es el esquema de la princesa en apuros y su príncipe rescatador.

Sé que suena a trillado, pero creo que no es menor. Y aquí abordaré un tema bastante sensible para muchas personas que no están voluntariamente solteras. ¿Será acaso que esos sueños infantiles, por más desnudados, mofados y concientizados, siguen iluminando con una pequeña flama de esperanza los corazones de mis coetáneos solteros, en espera de su príncipe/princesa prometido(a) cuando niños? ¿Será esa la razón de que rechacen el compromiso, pues no es tal y como está descrito en su cuento de hadas interior? ¿O será tal vez que se debaten entre su yo adulto conciente y sarcástico, que se ríe de sí mismo por pensar que tener fe en el amor es algo ridículo, y su yo infantil, que ruega por ese amor ciego e incondicional como el que obtienen el príncipe y la princesa con tan sólo conocerse?

Mi inquietud por este tema partió un día en que hice revista sobre mis conocidos y amigos, y noté que la gran mayoría se encuentra soltero(a), habiendo un grupo grande que no lo está por deseo propio. Y pensé en mí, en cómo estaría yo en su situación: si estuviera soltera, probablemente lo estaría porque pensaría que nadie cumpliría con mis altos estándares, lo que en verdad estaría escondiendo un profundo temor al fracaso. Sé que el tema es mucho más complicado e intrincado que lo que yo llevo analizado, pero no es mi intención explayarme demasiado. Mi tema aquí es específicamente cómo los sueños creados durante la más tierna infancia forjan nuestra esencia, y por más dolor que suframos en nuestra vida, esos sueños siguen ahí, porque fue lo primero que aprendimos, como cuando aprendimos a usar los cubiertos para no mancharnos las manos al comer: son conocimientos básicos que ni siquiera recordamos que los aprendimos, y que no venían con nosotros al nacer. De ese mismo modo, el sueño de ser rescatada (las princesas) o de rescatar (los príncipes) permanece muy en el fondo de toda nuestra generación, y el no reconocer que ese es el deseo real que tenemos nos ha impedido forjar relaciones estables, pues efectivamente, ese esquema no es necesariamente muy sano: es desequilibrado (asigna la responsabilidad de actuar a sólo una parte de la pareja, dejando a la otra a merced del destino) y fantasioso (genera expectativas irrealizables sobre el otro).

Lo que he querido señalar hoy es cómo el mundo avanzó, se mofó de sí mismo, generó historias vacuas y ligeras, crió nuevas generaciones que desconocen la importancia de rescatar y ser rescatados (bravo por ellos), y en este avance, olvidó a mi generación en el camino: no como en los viejos tiempos, en que los jóvenes efectivamente discutían con los viejos debido a las diferencias ideológicas, sino más bien a un nivel emotivo, en el que los viejos no quieren discutir con los jóvenes, quieren seguirlos, porque los ven libres de sueños ridículos, de esos sueños que los atormentan pero que jamás los dejarán si siguen negándolos. Porque pareciera que la única forma de desprenderse de ellos sería dejar de ser quienes son, y vaya que muchos lo intentan, pero no lo logran, y yo me pregunto si la razón es porque muy en el fondo sigue amando esa tenue luz de esperanza que brilla en la oscuridad de esa alta torre y les inspira a creer que el mundo sí es maravilloso, como en las historias de esos dorados años de infancia, y pese a que la realidad ya no parece tan desalmada, sólo diferente, sigue adoleciendo de ese candor, de esa inocencia, de ese encuentro mágico tan esperado.

Créditos Imagen: Dominio público, Wikimedia

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