Superioridad Moral
El agujero negro de la psiquis
☼ Etiquetas: Pensamientos, Reflexiones, Psicología, Autoconocimiento, Enfermedad mental
Con esta introducción quiero hablarles de aquello que nos aqueja a muchas de las personas que perseguimos ideales imposibles (y que por lo mismo, nos cuesta tanto adaptarnos a la realidad, a sus constantes cambios y vaivenes). La superioridad moral.
Mi madre era una persona sumamente humilde, sin aspiraciones materiales mayores, pero eso mismo provoca en algunos individuos una especie de arrogancia frente a los demás. Es como un complejo de superioridad en el que el sujeto, aunque jamás lo exprese, siente sin quererlo, que es mejor que el resto, por haber superado tantas pruebas éticas y morales, y que ello le convierte en "ejemplo" para los demás. Esto es obviamente una carga autoimpuesta que puede terminar aplastando al voluntario. A veces, incluso puede arrastrar a los seres con los que convive, pues la persecusión de los ideales es una gesta heroica, muy demandante y desgastante.
Yo sufro de ese complejo. Partió cuando era niña, y mis calificaciones me diferenciaron de mis compañeros de clase. Ya en esa época mi madre, con su ejemplo, me enseñó que nunca debía hacer alarde de mis talentos, aunque siempre me instó a trabajarlos y potenciarlos, y que por ningún motivo debía menoscabar a los otros por sus diferencias. Y yo seguí su ejemplo. No me fue tan difícil pues ya traía genéticamente una mente estructurada (seguramente un leve grado de autismo), la cual me permite seguir instrucciones fácilmente, por lo que logré el objetivo de dar lo mejor de mí en mis tareas, apoyar a los demás cuando me lo pidieran, y jamás mofarme de sus falencias. Esto, claro, no hizo sino hacer crecer mi sentimiento de superioridad moral: yo lograba seguir y vivir bajo los altos ideales éticos y morales a los que la sociedad aspiraba, ¿cómo no iba a sentir orgullo por eso?
Hoy poy hoy, he visto cómo la superioridad moral se toma a la sociedad. Yo pienso que en el pasado, cuando existían normas qué respetar y seguir, las personas que las seguían podían sentirse orgullosas de ello. Pero tal vez porque nadie las seguía, casi nadie era arrogante. En nuestros días, sin embargo, y ya que todas las antiguas normas van siendo deprecadas, el espacio está siendo otorgado al literal libre albedrío, lo cual genera tantas verdades y esquemas morales como individuos hay. Por eso, siento que hoy en día la cantidad de gente arrogante ha crecido. (Entiendo que es un cambio histórico, pero no deja de causarme inquietud.)
Ahora bien, los más arrogantes suelen ser los jóvenes (idealistas e ingenuos) y los adultos que no aprendieron sus propias lecciones de vida (o sea, que siguen siendo mentalmente adolescentes). Pero creo que mucha de esa arrogancia es más capricho o moda, que real orgullo idealista. Porque el que sufre de superioridad moral, tarde o temprano tenderá a enfermar...
Pues como en todo, la base de la felicidad es el equilibrio, el balance. Y llega un momento en la vida del individuo con superiodad moral en el que los ideales se le quedan chicos, por lo que busca ir aun más allá. Entonces esa parte de la psiquis humana (el Super Yo, según lo he ido entendiendo al leer al respecto), comienza a crear sus propias normas, nuevas formas de restringir aquello que ya está controlado, los límites empiezan a encogerse, pues todo es un reto, un desafío, ya no hacia la sociedad, sino hacia uno mismo. Y así inicia la autodestrucción.
Hace un par de semanas sufrí una crisis nerviosa, que semejaba en mucho a una crisis de pánico. Esto no se detuvo ahí, y con cada día, mi salud se fue deteriorando. Pues vivir en estado de alerta es agotador, con miedo a lo que va a pasar, ya que el sentimiento de incertidumbre es abrumador, precisamente para personas estructuradas como yo. Esta crisis no partió de la nada: les puedo mencionar sólo a la situación de pandemia como uno de los tantos factores que la provocaron, pero la verdad es que no fueron las cosas que viví las que causaron mi enfermedad. El origen real ha sido mi propia forma de ser arrogante, incapaz de combarse o doblarse ante los problemas, dedicada a confrontarlos como si de una muralla se tratase. Porque literalmente eso es lo que nos pasa a las personas cuadradas al enfrentarnos a tantos cambios e incertidumbres: nos rompemos, nos quebramos. Cuando todo esto me afectó, pedí ayuda (profesional). Y ese fue el primer paso que di para bajar del pedestal de la arrogancia. Hoy por hoy, intento cada día calmar a esa parte de mí que se enoja por todo, que critica y se frustra con lo que pasa fuera, le intento enseñar a bajar la guardia.
A todos aquellos que están leyendo estas palabras, este testimonio, les insto a que si están sufriendo a causa de su propio verdugo interno, deténganse un instante, respiren hondo y pausado, y conversen con ese personaje. De forma cariñosa y conciliadora, entablen una conversación con este viejo enojón: explíquenle que ya que todos queremos lograr el mismo objetivo (vivir felices), la idea es hacerlo en equipo. Cada parte de nuestro ser es importante, y aporta a su manera en el éxito de vivir cada día, no necesitamos a un jefe gruñón que nos ordene qué hacer ni que lo controle todo, pues cada sección y oficina de nuestro ser está diseñada para autogestionarse de forma eficiente. Si ya somos respetuosos con los demás, seámoslo también con nuestros componenentes. No es necesario suprimir a las otras partes para poder ser mejores. Porque la vida no se trata de ser mejor que nadie, no vinimos a demostrarle nada a nadie, ni siquiera a nosotros mismos. La vida está para que la disfrutemos en sus pequeños momentos y detalles. Todo lo demás es carga y desecho. Hay una herramienta que nos será muy útil en esta tarea, y nos dejará contentos a todos: se llama Sabiduría. Vayamos paso a paso. Espero que tengan un buen día. Y gracias por leer.
Créditos Foto: Monumento de Wellington en Hyde Park en Public Domain Pictures
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